¿De quién son estos calzones?
Pedro Lagunas
-¿De quién son estos calzones? Se pregunta Carlos, luego de
meter la mano bajo el sillón y sacar una pantaleta negra con encajes.
No ha
dormido y la luz de la calle se apaga. Sentado en la alfombra, amanece con
angustia jaquecosa. Su cabeza duele al punto de caérsele de los hombros y eso
es como la mitad del cuerpo. Quiere irse pero no sabe cuándo es más prudente
hacerlo. No piensa ir golpeando puertas para encontrar al dueño de casa y pedir que
le pasen las llaves.
Desde
la cocina llegan las voces de dos mujeres.
-“¿Ya puh, güeona, te lo comiste o no…?"
-“¿Te
pregunto yo la historia de tu vida?; ¡No, verdad!”
-“¡Yaaaaa,
si a eso te traje puh, Nicol! ¿Era tu despedida de soltera anticipada, no?
¡Teníai que darle con todo y sacarte el gusto!, ¡No vai a andar después cagando
a mi amigo! ¡Acuérdate que el Marcelito es mi “ultra-friend” y voy a ser tu
madrina! ¡Te lo perdoné, conchetumadre!, ¡Me lo podía haber comido hace cualquier
rato, pero yo soy tu “partner”!
-“¡Sí,
estúpida, cállate!, ¡Sí! ¡Tiramos con el cubano, pero no grites que está el
cabezón en el living!”
-“¡Qué
me importa, cabezón feo! ¡Ni un brillo!”
-“¡Estás muy copeteada, Ximena!, ¡Baja el volumen!”
-“¡Ya, me callo, pero cuenta! ¿Estaba rico?”
-“¡Sí,
ridícula!, responde Nicol sonrojándose. ¡Le doy once de diez puntos! ¡Pero
después se fue a otro evento!
-“¡Nooooo!,
¡Pucha que es tímido el güeón!”
-“Pero
si es un vedetto, Ximena!, ¿Qué querías? ¿Que se quedara a escribirme poemas?”
-“¡Ya,
si sé que igual es su pega! ¿Pero están bien invertidas las sesenta lucas?”
-“¡No
seas “chana” pues, Xime…!, ¿Cómo hablas de plata delante de mí?, ¡Es como decir
cuánto costó el regalo!”
-“¡Te
acabai de comer al medio mino, güeona!, ¡A una semana de casarte!, ¡Nicol, no
seai cartucha!”
-“¡Está
bien pero no grites, si no es por ser mala amiga!, ¡Igual se pasaron!, ¡Es que no
estoy acostumbrada a estas cosas, estoy nerviosa y tú me preguntas tonteras!, ¡Hazte
ese batido para la caña y nos vamos que ya son las siete!”
-“¿Te
apaño en todas, o no?” remata socarrona, Ximena.
-“¡Tapa
la “pimmer” con un paño de cocina que vas a despertar a todos!” responde la
interpelada.
-“¡Que se despierten, hay que levantar a la patria!” arenga
Ximena y enciende la máquina dentro del vaso mezclador con la receta secreta de
su madre. El zumbido resuena en el silencio matutino del jueves, viajando por
los pasillos para meterse en los oídos de los durmientes que, a ritmo
descompasado, saludan a la inventora del brebaje.
Ambas mujeres
salen de la cocina al living con sendos vasos de un color indefinible, allí se
encuentran a Rodrigo el “vegetariano”, que inmutable sigue dormido en un sillón
y de pie junto al ventanal, vestido para salir, está el mentado “cabezón” con
cara de “odio al planeta”.
-“¡Hola!”, saluda Ximena, haciéndose la tonta ¿Cómo te
llamai?”
-“¡Hola, patriota, me llamo Carlos y no cabezón!, ¿Tienen la
llave de la reja?”
-“!Yo soy Nicol y ella es mi amiga Ximena”, intercede la otra
saludando con mano firme y beso en la mejilla para apaciguar la metida de pata.
-“¡Las llaves las tiene el Cristian, voy a quitárselas! Dice
Ximena reivindicándose, como heroína y salvadora del especímen de “Homo Foedus”.
Entra a la habitación de su hermano que, ya en short, sale a
despedir al convidado de piedra, como buen anfitrión, mientras ella queda en la
cama cuchicheando con su polola.
-“¡Hola, Carlitos!, ¿Todo bien? Saluda contento el dueño de
casa.
-“¡Hola, Cristiano, buenos días! , ¡Sí, todo bien, la pasé estupendo!
responde Carlos con un dejo de amarga sinceridad.
El de las llaves lo toma del
hombro y salen al antejardín corriendo a la poodle toy negra que ladra con
mucho oficio.
-“¡Cállate, maléfica, deja pasar a mi compadre!” ordena
Cristian, mientras masajea con fuerza el hombro de su amigo. “¿Cómo la pasó,
compadrito? ¿Se siente mejor?”
-“¡Sí, gracias por invitarme!, ¡La verdad es que no sabía
mucho cómo comportarme pero fue un relajo venir para acá!”
-“¡No podí deprimirte por esa güeas puh Carlitos! ¡Los
pololeos se terminan, voz sabí como es la cosa y tampoco es bueno que andí
llorando la tontera!; ¡yo te traje pa que subierai el ánimo con gente nueva! ,
¡Aquí todos son buena tela! ¡Tu ex ha venido para acá y les cayó super bien,
así que no sigai contando que te dejó!, ¡Menos mal que anoche no dijiste su
nombre!
-“¡Si sé, perdona! ¡Estoy caga’o todavía!”
-“¿Te cuento la última?; ¡Parece que vai a ser tío!”
-“¿No güeí, cristiano, con la pendejita?”, ¿Cuánto tiene,
diecisiete? ¡Voh soy muy fresco, termina la carrera de una vez!, ¿Cómo andai
haciendo crías y con niñas chicas?
-“¡La Romina cumplió dieciocho el año pasado! ¿Qué te pasa?
¡Sus papás no están ni preocupados!” ¿Y voh te vai a poner papista?” responde
Cristian mientras suelta el hombro de su amigo.
-“¿Y si te meten preso, Cristian? ¿Qué chucha vai a hacer?”
-“¡No seai desagradable, cabezón, me estai meando el asao!”
-“¡Córtala con decirme cabezón, tengo nombre! ¿O a vos te
gusta que te digan chupacabritas?”
-“¿Nos vamos a pelear? ¿Te cuento o no te cuento?” desarma
Cristian con una sonrisa.
-“¡Ya, Cristiano, sácame pica! ¿Qué pasó? Suspira Carlos,
relajándose.
-“Na puh, yo estaba terminado el primer tiempo cuando salgo
para reponerme y no estaba el condón… ¡Se me había caído, güeón!”, relata el
dueño de casa, bajando la voz.
-“¡Estai mal de la piña, “pastel”! ¡Ya, deja de contar plata
delante de los pobres! ¡Voy corriendo a bañarme para no llegar tarde a la clase!,
¡Cuídate, Cristian y cuida a esa niña! Se despide Carlos con una sonrisa de
compromiso.
El
dueño de casa da tres giros hacia la izquierda en la chapa de la reja y el
convidado de piedra sale rápido, pensando en el relato escabroso que lo sacó de
su tontera depresiva para mostrarle que hay güeones para todo en este mundo.
Interrumpen
sus pensamientos las dos “partners” que se despiden de Cristian mientras salen
de la casa, entre risas y abrazos, para alcanzar el uber que acaba de llegar.
Cada una con su mochila. Se suben entretenidas al Honda Fit que se pierde en la
esquina.
¡Esas dos me van a seguir pelando!,
piensa Carlos mientras camina. Pero ya es tarde. Si hizo el ridículo en su
primera fiesta de soltero, ya no importa. Le quedan nuevos recuerdos y sanas
envidias.
Su mente vuelve al momento cuando entraron a la piscina y no podía despegar la vista de Romina,
era espectacular la niñita. Todas sus formas parecían salir de una pantalla de
cine. Después aparecieron las “partners”, Nicol y Ximena.
La
primera era trigueña, de trato cortante. Se sacó el pantalón cargo que le
formaba un trasero esculpido a mano, con tal sensualidad que le dejó los
nervios de punta y al mostrarse en traje de baño, esa mujer – tal vez la más
bella de la fiesta- demostró que el pantalón color caqui no mentía.
La
otra, Ximena, era alta, flaca y pechugona, como los dibujos de hentai.
Demasiado segura de sí misma para pescar a nadie, demasiado “mina” para pescar
al que se babeaba sentado al borde de la piscina.
Rodrigo
“el vegetariano”, pololo de Ximena, era uno de esos tipos simpáticos, crespo con pinta
de deportista, que se aparecía rompiendo el hielo que ella dejaba a su
paso.
Primero trajo una jarra plástica con pisco sour, que iba dando con un cucharón
en la boca de los invitados, luego de entregarles su bendición en latín, como
los curas. Todos dijeron amén antes de tragar el gustoso y “envalentonador” elixir.
Sólo entonces, Carlos se atrevió a entrar al agua, sin saber nadar. Esa piscina
de antejardín con papiros y bambúes parecía trasladarlo a una playa de ensueño
y lo protegía de la vista de los curiosos que pudieran pasar por la calle a las
doce y media de la noche. Lo protegía de sentirse ridículo y abandonado después
de que lo dejó su polola siete años menor, en la isla de sus amargos
veintiséis, por un tipo de treinta y dos.
Mientras
se hundía en su depresión, apareció Cristian, el típico rubio hijito de papá,
dueño de la casa por herencia y su mejor amigo en la carrera; quien les
preguntó: “¿Ya se tomaron las cervezas?” apuntando al fondo de la piscina donde
yacían inadvertidas más de veinte botellas de Corona tres cuartos. Cristian
tiró el destapador al agua y se lanzó como un experto a bucear por el tesoro.
Carlos era tan temeroso que no había aprendido a nadar, pero ante la
posibilidad de quedar aún más en ridículo, cobró fuerzas y se zambulló por dos
chelitas, más otra que le rescató el dueño de casa. No supo si sentirse
atendido por ser visita o por lástima, pero se las bebió a la par del resto.
Ese pantalón bermuda pasado de moda y lleno de flores que le prestaron,
resaltaba más todavía su escuálida palidez.
En
esos pensamientos quedó solo. El resto se había emparejado rumbo a las
habitaciones y hasta el living estaba ocupado después de que hizo su show
erótico un vedetto que trajeron.
Carlos
flotaba en medio de su indignidad, relajándose en la soledad del agua, mientras
contemplaba las estrellas, más cariñosas y más amigas que nunca de su
embriaguez.
Cuando
volvió Rodrigo después de haber rendido a su polola (con mucho amor y efectos
especiales que se oyeron hasta la piscina) para ofrecerle al olvidado una pipa
de hierba química que no dejaba olor ni en la conciencia. Como parte de la terapia
“desgüeonadora” se secaron y vistieron para instalarse en los sillones del
living a arreglar el mundo como dos pseudo antropólogos que analizan a la
humanidad.
El
colectivo se detiene con un frenazo de película -volviéndolo al presente-, su
chofer saluda a la santa madre de Carlos que continúa impávido caminando por la
calle, asumiendo que es distinto después de aquella noche, apropiándose del valor
que aún le queda en las entrañas.
En
otra parte de la ciudad, Ximena, ya en uniforme bicolor inicia la reunión matutina
del personal de sala en “Baltazar”, la cadena más grande de supermercados
pequeños. Va dando instrucciones a todos, exigiendo a sus subalternos las metas
como compromisos personales y disponiéndose para revisar fiambrería. Termina la
arenga dirigiendo el grito de guerra de la empresa: “¡Todos somos, Baltazar!”
¡Todos somos, Baltazar!, ¡Todos somos, Baltazar!”
A esa
misma hora, Nicol se cambia apresuradamente la ropa para la Revista de
Comandancia. Correcta la falda, perfecta chaqueta y nueva gorra. Sólo espera
que nadie vaya a notar que bajo el impecable uniforme, la sargento se presenta
sin calzones…
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