Temor de despertar

No eran aún las seis de la mañana y la jaqueca le despertó en la nausea de la duda. Dentro del cajón escarba la mano soñolienta esquivando papeles y envoltorios, fósforos, mentolados y los nueve milímetros del señor Beretta. El temor compulsivo hizo estrellar la mano contra la cubierta del velador.

La cordura se descuelga heroína para abrirle los ojos. Mira la persiana rojiza que trasluce la timidez del día, gira la cabeza para comprobar que “no está”. Junto a la lámpara, una bolsa abierta de doritos, sin conciencia, trasnochados y blandos; aceleran la conciencia.

¡Arriba! Los fantasmas se diluirán con la ducha… Comienza a pensar en colores, perseguido por retazos de los sueños aún en blanco y negro. Vertiginosamente se superponen las imágenes de la cortina sucia del baño con la sangre empozada en la cama. Retumban lejanos dos tiros como tronaduras y los pelos vuelven a caer sobre el cráter de carne que la dejó vacía junto al extraño “conocido” que convulsionaba. Por las amígdalas vuelve la memoria de los olores: pólvora, carne quemada, metal caliente… Parecen revivir

- “Tranquilo, dice Daniel, no cierres los ojos. Apunta y aprieta despacio. Fíjate que tiene un descanso el gatillo. No te asustes, mira el cactus y dispara…”
La memoria cabalga en automático, resbala bien en el aceite del sueño y patina hasta la infancia. Padrastro le persigue por el patio “Ven güeón, no seai cobarde, dispara la güeá; ¿Cómo le vai a tener miedo?...
Escondido en el baño entre sollozos sientes retumbar los disparos de fogueo del revolver juguete nuevo de un alcohólico. La memoria está nublada por los tiros de la noche.

Descargó siete tiros de Smith & Wesson calibre 22 sin temblor y sin fallar.
-“…disparas bien, no cerraste los ojos…” dijo Daniel-
Pero al primer tiro con la 9 milímetros detonaron los recuerdos, una sordera de la puta madre le llenó la médula de cobardía y “mariconamente” las manos devolvieron el arma. Salió barato, al dueño no le importó; sólo quería tirar un rato con sus nuevas adquisiciones. Esa tarde pasó rápida envuelto en reflexiones de su propio crecimiento, el valor frente al miedo infantil, la gran conquista fue no pensar ni titubear antes de tiempo. El silencio reconfortaba su temor al ridículo. Quiso volver entonces a la infancia con esa experiencia y desparpajo, llevar un par de kilos de cojones a ese mundo de temores y dudas que dejó la orfandad.

La imagen del muerto sobre la cama revolvían los sesos y Kansas sonaba Dust in the wind, los ecos tenían la fragilidad impetuosa de los 16 años. El muerto no era él sino ella, su pelo ondulado y corto delataban esa feminidad que lo subyugaron de ideas platónicas por cinco años. La mujer de su pasado yacía entre sábanas, sangre y hermosura. Hasta en ese final de romanticismo agónico era bella y altanera en el dominio que sin condiciones le había heredado en vida.

La cerveza apura el sueño y hace lentos los pasos de escapista, pone embrague en las miradas ajenas para teñirlas de psicosis. No hay seguridad entre las gentes. Todos son delatores en potencia, atraviesan su rostro inalterable, hacen traslúcido el temor de suicida, la incapacidad congénita y contradictoria de no poder darse un tiro para acabar la letanía.

No pueden imaginarse siquiera que un su patetismo retorcido hizo el gastado ademán de matarse y ella fue más entera, más jugada, más cierta en la muerte; tal como fue más cierta en la vida.
el goma ilustrado

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