Ausencia de Anita



La fecha no importa, ni que sea una repetición; la presencia de anita retrotrae nuestros anhelos y fantasías de la adolescencia.

Un poco infantil, un poco sensual, otro poco de locura y de mujer fatal.

Quizá Anita sea eso: La encarnación terrible de muchas fantasías hechas realidad. Pero como los demás no existen sólo para cumplir nuestros deseos, este juego de cumplir los sueños tiene un cara y sello; una diáspora de dicotomías.

Un horizonte de quimeras se hace de nuestra cordura, tan pequeña y tan simplista como un niño malcriado y machista de crecimiento.

El refugio de nuestras seguridades se nos viene abajo con Anita y con cualquiera que sea una fantasía sexual. Porque a veces no están sólo en la mente donde son controlables y esclavas de nuestros pensamientos, a veces se aparecen en nuestros pasos, en nuestras camas y es tan vertiginoso su efecto que hay que "amarrárselas con alambre" para seguir viviendo.

Nuestra fantasía plana y horizontal de disfrutar del cuerpo, del sexo y la lujuria con esa hada etérea y sonriente, se vuelve un cálculo de elementos inasibles en las dimensiones del espacio de la vida. Cálculos que enloquecerían al más aventurero de los matemáticos.

Mi plana fantasía choca con la de ella, porque existen; ella y sus propias fantasías son reales, ¡que paradójico!

Se cruza nuestra realidad, nuestra lenta, parsimoniosa y contundente circunstancia. Se entrevera con la condición física y erótica de nuestros cuerpos, porque mientras más feo y deplorable nuestro aspecto, tanto más bella, sensual y joven es nuestra fantasía.

Ay, Anita; si todo fuera tan simple como nuestros sueños...

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