Volver a encontrarse con uno mismo, suena extraño...

pero de desencuentros está hecha la vida
y en su camino los "perdidos" vamos levantando y rompiendo muros
Las pequeñas decisiones hacen más mella que un cambio de rumbo,
de tanto huir y sonreír llegas a lugares inesperados.

Hoy abrí la puerta del horno para ver qué se cocinaba
siguiendo aromas de carne con el apetito de siempre
y encontré mi propio rostro asándose entre manzanas y laurel.
El choque y la sensación de amputado fueron indescriptibles.

El temor más aberrante viene de perder tu propia imagen,
esa que no ves pero intuyes en cada espejo,
la del niño asustado por tanta muerte, que ocultaste en las entrañas
justo detrás de un tímido corazón, que se hizo tripas para sacar coraje
y poder caminar por los cementerios, asfixiado de claveles.

No es tan difícil perderse en tus propios pasos,
basta con caminar a toda prisa, cerrando los ojos del alma,
y nublando la miraba para que las gentes te vean impávido.
Los sollozos se van tan dentro que dejas de escucharlos y olvidas su sonido.

De ideas inconclusas y de fiestas heridas se hizo este andar.

Hoy al ver mi rostro, dorado por el viento del camino
hallo surcos impensables en la tersura que una vez salió de casa
huyendo al galope de tragedias y vacíos,
para perderme en la distancia y un olvido imposible.

Al volver me esperaba la misma casa, con su nobleza paciente,
como el cobijo de mis madres que siempre fue.

Y entiendo el desacierto de seguir corriendo,
pero con ello se viene el cansancio profundo,
las lágrimas contenidas en un pañuelo de ausencia
bordado con tu nombre en hilos de sangre.

¿Esta es la frontera, no?
entre el precipicio y la redención...

Me gustan los surcos de mi piel,
fueron hechos de trabajo y con nobleza,
del amor incansable que me alimenta en cada paso,
de pequeñas sonrisas aprendidas con cariño.

Mi cara se ha vuelto vieja de pronto,
se ha rodeado de canas que brillan de lunas infantiles.
Ha conciliado sin querer la sabiduría infinita
de los padres que me dio la vida, con los golpes del martillo sobre la fragua
templando este espíritu viajero que acaricia sin manos.

Las virtudes de mi abuela me han hecho lo que soy
y los ojos infinitos de mi madre...
Los abrazos de mi padre putativo y sus palabras de trueno,
los besos de las que me descubrieron de tanto amarme.

Hoy me reconcilio con mi vida...

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