La tortura de tu belleza

Ninguno de los avatares alcanza el fondo de su pasión.
Afortunadamente, es sólo entrar y salir
de una espada ardiente por entre las costillas
que no pueden proteger el alma.

Mientras el cuerpo sufre la tortura incesante.
Es como si al enfriar la hoja del arma
con los borbotones de mi sangre,
el maldito herrero la sacara para volverla a la fragua.

Y una vez recobrado el rojo vivo,
buscará un nuevo espacio de piel sin quemar,
para clavar su venganza de silencio,
de locura, de maldita perversión.

Mientras sigo atado, sin moverme,
resignado a un nuevo ataque,
como si mi sangre no se acabara nunca
y todos los esfuerzos por aislar el dolor
fuesen intentos perdidos.

Verte pasar cada día
es un nuevo deseo de morir,
pero al no consumar el delito
la agonía se multiplica.

No hay maldad en tus ojos,
tal vez un poco de lástima
que te hace evitarme,
pero no siempre es posible.

Los puñales, garfios, agujas
y demás herramientas del torturador
que parece no cansarse,
están tiradas por el suelo, llenos de mi sangre.

Siempre hay una nueva sorpresa,
un hueso no quebrado, un grito que puede hacerse más intenso
y mi estúpida voluntad me sigue manteniendo en pie,
sin lágrimas y sin fé.



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